Los reporteros no pueden informar como el crimen organizado ha tomado control sobre un estado mexicano. Por Mike O’Connor

(AFP/Guillermo Moreno
 

La Regla en Zacatecas: No informar sobre el cartel

Por Mike O’Connor

Una llamada anónima alertó a la policía sobre un cuerpo arrojado en un campo cerca de la localidad de El Bordo en el estado central de Zacatecas. La policía sólo informaría que la víctima era un campesino de unos 40 años que había sido golpeado y asesinado a tiros, y que su cadáver había estado allí unos cuantos días. Pero el periodista conocía el esquema: una persona humilde en una comunidad rural que no pagó el dinero por extorsión exigido por el cartel de la droga dominante en la región, o que de algún modo se pasó a otro bando. Había mucha más información esperando en El Bordo, proveniente de familiares y vecinos. Pero el periodista no pensaba ir, aunque sólo demoraría cerca de una hora desde la capital del estado donde trabajaba. Nunca podría escribir una nota sobre el tema. En efecto, el sólo hecho de enterarse sobre lo sucedido ya había puesto en peligro su vida.

Un fusil de asalto en la calle después de un tiroteo entre policías y narcotraficantes en Zacatecas. (AFP / Guillermo Moreno)

Te matarán, y tengo hijos. Así que aunque no pienses en esto cada vez que escribes una nota, tampoco nunca podrás olvidarte”, afirmó el reportero. “Tiene que estar allí todo el tiempo, en alguna parte, siempre. Porque automáticamente sabes sobre qué cosas puedes escribir y sobre cuáles no puedes.”

Existen reglas para los periodistas en el estado de Zacatecas, México.

Lo que los reporteros no pueden informarle al público es que el crimen organizado tiene control sobre Zacatecas, desde los desiertos hasta los cordones montañosos. Los periodistas afirmaron al CPJ que las bandas delictivas controlan cada uno de los 58 municipios en forma completa o casi total. En gran parte del estado, afirmaron, el control está en manos de los Zetas, el cartel más temido y sanguinario de México. La policía municipal y estatal, alegaron los periodistas, está aterrorizada o fue comprada. Algunas delegaciones quedaron abandonadas y otras tienen oficiales que no suelen dejar el lugar. Desde hace aproximadamente un año, patrullas de la policía federal, del ejército y de la marina han dado un poco más de seguridad a las carreteras principales, junto con un puñado de áreas rurales, pero el estado no pertenece a sus ciudadanos, confirmaron los periodistas.

En otros estados la prensa se vio obligada a silenciarse tras los asesinatos de periodistas -en algunos casos, una cadena de crímenes. Pero en Zacatecas, los carteles no tuvieron que asesinar ni a un solo periodista para acallarlos a todos. Según la investigación del CPJ, se trata de una modalidad que rige en muchos estados mexicanos: los carteles logran el control, la prensa se siente intimidada y el público queda desinformado. Y como no se producen muertes entre los periodistas locales, no llama la atención el generalizado problema de la autocensura.

Sabemos lo que el crimen organizado ocasiona en los periodistas de otros estados que no acatan sus órdenes. Los asesinan”, relató un reportero conocido por su valentía en el patio de un bar cerca de la capital del estado. Al hablar sobre un reportero asesinado en enero de 2010 en el vecino estado de Coahuila, agregó: “Conocimos a Valentín Valdéz – vino una vez aquí. Se sentó a la mesa. Acá, en esta misma mesa. Lo asesinaron”.

Existen dos creencias falsas, pero muy difundidas entre la élite política y social de la Ciudad de México. La primera es que todos los reporteros del estado son corruptos. La segunda es que los reporteros asesinados fueron escogidos porque trabajaban para el cartel y habían hecho enojar a los jefes de sus bandas o bien porque se habían pasado a un grupo rival. Existe algo de verdad en esta caricatura general. La investigación del CPJ revela que la corrupción ha salpicado a la prensa en ocasiones. Esto puede ocurrir porque los periodistas quieren dinero extra. Pero cuando un cartel de asesinos se apodera de una ciudad e imparte órdenes con amenazas de matar a una familia si no se le obedece, corrupción no es la descripción exacta en estos casos.

Este estereotipo de periodista corrupto ha logrado absolver a los líderes nacionales de su obligación de hacerse cargo de los ataques asesinos contra la libertad de expresión en todo el país. ¿Por qué proteger a los corruptos? ¿Por qué investigar el asesinato de un periodista si todo el mundo sabe que la víctima trabajaba para un cartel? De modo tal que aun cuando México dio pasos importantes como la adopción de una enmienda constitucional que federaliza los crímenes contra la libertad de expresión, el país no producirá ningún avance concreto hasta que sus líderes comprendan que sus puntos de vista, cínicos, están equivocados.

Pueden ir a Zacatecas a enterarse de esto.

Allí, los periodistas expresan una profunda responsabilidad por su labor y la angustia porque ya no pueden seguir efectuándola en forma adecuada. La persecución que padecen aparece reflejada en varias entrevistas por todo el estado. En la ciudad de Fresnillo, cuando el CPJ se reunió con un grupo de reporteros, una veterana periodista casi no pudo contener las lágrimas. Se puso de pie, dejó caer su cabeza, el mentón casi en su pecho. Luego dio un tirón hacia arriba con su cabeza y les habló a otros 12 reporteros. Su padecimiento era visible en su rostro. Al principio, indicó que se trataba de la frustración personal por saber cuál era la realidad y no poder informar al respecto. Luego, una verdad más profunda se reveló. “Le fallamos a la gente que cuenta con nosotros para que le informemos sobre lo que sucedía a nuestro alrededor. Tuvimos la responsabilidad de informar, pero no pudimos. Le hemos fallado”. Algunos estuvieron de acuerdo con ella. Otros afirmaron que decir la verdad equivalía a un suicidio y que la autocensura era el único modo de sobrevivir.

Un reportero solitario, demasiado temeroso para hablar en público, se acercó en cambio a la habitación de hotel del representante del CPJ, y se hundió en un sollozo incontrolable. Temblaba en su silla, en un rincón. “Estas cosas me persiguen en el sueño”, explicó. “A veces parece algo físico porque nos tiran desde dos direcciones opuestas. Tenemos que informar sobre lo que sucede. Debemos hacerlo, pero no podemos”.

El CPJ conversó con 32 reporteros, fotógrafos y editores de Zacatecas. Algunos de los editores tenían posiciones de alto rango en periódicos nacionales; algunos de los reporteros trabajaban para emisoras o semanarios de pequeñas ciudades. A todos se les señaló que sus identidades se mantendrían confidenciales. Todos estuvieron de acuerdo en que el crimen organizado opera a su voluntad en cada rincón del estado y que los periodistas veían cómo esta ola se desplazaba en todo Zacatecas y tenían miedo de informar al respecto.

 

Resulta extraño comprobar sobre qué cosas los periodistas ya no pueden informar. No sólo se trata de amenazas y pagos a policías y a funcionarios públicos, ya que ésos no serían visibles. Pero en la ciudad de Fresnillo, la más grande del estado, los periodistas afirmaron que todos sabían que uno de los máximos líderes de los Zetas acostumbraba vivir en el número 301 de la Avenida Huicot. Obviamente, señalaron, si los periodistas lo sabían, entonces también lo sabía la policía y del mismo modo el ejército y la marina, que supuestamente están en el estado para hacer lo que la policía no hace. La avenida quizás sea la de más categoría de la ciudad, con cuatro carriles y pinos podados sobre la línea divisoria. La casa del líder de los Zetas era una de las más nuevas.

No se informó ni una sola palabra sobre todo esto, según comentaron periodistas de Fresnillo. Luego estalló una disputa criminal entre el líder de la banda, conocido como Zeta 50, y un rival llamado Zeta 40. En la primera semana de septiembre, según relataron vecinos y reporteros, apareció maquinaria de construcción en el domicilio que lo demolió parcialmente, un ataque público y humillante de Zeta 40 a Zeta 50. Posteriormente, escombros de la casa en la Avenida Huicot cruzaron el jardín, la acera, hasta la calle. Pero no se informó nada sobre este hecho. Ni siquiera se mencionó, murmuraron los reporteros. Y quienes trabajan para los medios nacionales indicaron que no hablaron de esto con sus jefes de redacción en la ciudad de Zacatecas, la capital, porque suponían que sus teléfonos habían sido interceptados por los Zetas o por las autoridades. En cualquier caso, inclusive una nota tan obvia como ésta se volvió demasiado peligrosa para publicar. (Efectivos de la marina entrenados en Estados Unidos arrestaron a Zeta 50, identificado como Iván Velázquez Caballero, acusado de asesinato en septiembre de 2012, afirmaron funcionarios mexicanos. Aunque la mitad de la ciudad de Fresnillo sabía dónde vivía Zeta 50, la pista que condujo a su arresto provino de Washington, según confirmó un agente de las fuerzas de seguridad estadounidense).

El cartel de los Zetas comenzó a infiltrarse en el estado y pasó casi inadvertido porque se registraron pocas balaceras. Unos cinco años atrás, una pequeña fuerza de líderes de mandos medios del cartel llegó con espléndidos vehículos deportivos utilitarios, rifles de asalto y grueso fajos de pesos envueltos en gomas elásticas, según el relato de reporteros. Las armas y el dinero fueron distribuidos entre los hijos jóvenes de empobrecidos agricultores dedicados al cultivo del chile y de porotos; el pago en recompensa los convirtió en gente importante dentro de sus comunidades aisladas, desérticas y montañosas. Estos jóvenes conocían los despeñaderos y senderos del país mucho mejor que los soldados y que la policía federal enviada desde afuera para controlarlos. Aunque ahora explotan a los propios, ellos son también hijos de Zacatecas. A medida que esto sucedía, se registró un golpe contra la policía en casi todos los municipios. “Fue inteligente”, un reportero describió al CPJ. “Fueron a los jefes de la policía local y a las pequeñas bandas criminales y les expresaron, ‘Estamos acá y estamos al mando.’ Algunos policías fueron asesinados, simplemente para crear un clima de terror. Fue para sentar un ejemplo. Luego el resto se unió al cartel”.

Zacatecas sólo cuenta con 1, 5 millones de habitantes. Pero está casi en el centro del país, de modo tal que las principales autopistas -las rutas de la droga hacia el norte- atraviesan el estado. Ya que está despoblado en gran parte, también resulta un buen lugar para entrenarse, ocultarse y luego enviar a los soldados del cartel en cualquier dirección que fuese necesaria. Y 1, 5 millones de personas con poca protección policial siguen representando una buena oportunidad para venta de drogas, robos, extorsión y secuestros.

Los mexicanos apenas tienen noticias sobre este estado en la prensa, excepto las referidas a sus maravillosos edificios y museos coloniales. México es un país de 112 millones de habitantes, lo cual hace que Zacatecas poco valga la pena en medio de los crímenes y muertes que se producen a nivel nacional. Y con más de 50 periodistas y trabajadores de medios asesinados o desparecidos en todo el país desde 2007, Zacatecas no parece un foco de inquietud para la libertad de prensa. Pero este argumento estaría pasando por alto dos hechos importantes. No hay en Zacatecas tanto derramamiento de sangre precisamente porque los Zetas tienen tanto control. A pesar de una división en el seno del cartel, y los enfrentamientos armados con otras bandas que salpican los límites del estado, el cerrojo impuesto por los Zetas es firme.

El otro factor es el siguiente: si bien hay corresponsales de otros medios nacionales en Zacatecas, ellos tampoco pueden informar sobre lo que allí acontece. No están más seguros que los reporteros de la prensa local y trabajan conforme a las reglas del estado. Inclusive si los corresponsales fueran tan imprudentes como para publicar notas que brindaran un panorama verdadero de lo que sucedió al inicio de la toma del estado por parte de los Zetas y sobre lo que ocurre en la actualidad, los editores en Ciudad de México no publicarían notas que pongan en peligro las vidas de sus corresponsales, según confirmaron al CPJ. De modo que el público mexicano ignora lo que ocurre en Zacatecas. El estado ha sido tomado por pistoleros homicidas y la gente que aún confía en la prensa nacional lo desconoce.

Tuvimos que decidir dar un paso atrás y no brindar un panorama completo de lo que sucede en el país”, indicó Mireya Cuéllar, jefa de la sección estados del diario La Jornada. “Definitivamente, lo llamaría un paso atrás. Es una clara decisión porque ninguna nota periodística vale tanto como la vida de nuestros corresponsales. Nuestra gente cubriendo los estados vive allí y sus familias están allí. Son muy vulnerables”. El problema mayor es, entonces, no simplemente en relación a un pequeño estado, sino más bien, ¿cuántos otros estados aparentemente tranquilos están, en realidad, atravesando la misma situación que Zacatecas?

Dado que los periodistas de Zacatecas no pudieron informarle al público sobre la toma del poder por parte de los Zetas, tampoco pudieron informar sobre los fracasos del gobierno. “El hecho es que los criminales entraron y el gobierno estatal tendría que haber estado vigilando”, comentó el legislador estatal Saúl Monreal. “Por qué no estuvo vigilando es lo que todos queremos saber. Porque ahora esta gente está en todas partes y nadie sabe cómo manejarla. El gobierno estatal se halla totalmente abrumado”. Pasando su mano sobre su cabeza, como para mostrar que el gobierno está ahogándose, agregó: “Ahora bien, ¿acaso los funcionarios estatales sólo fueron ineptos? Esto es ser muy inepto. ¿También recibieron amenazas? ¿Alguno fue sobornado? No lo sabemos”.

Los periodistas señalaron que no pueden llegar al fondo de las causas originales que desembocaron en esta situación por el mismo motivo por el cual no pueden averiguar si los funcionarios estatales están involucrados con el problema hoy en día: los carteles son demasiado peligrosos incluso para preguntar al respecto. Existe cierta cantidad limitada de cobertura informativa sobre los enfrentamientos armados entre carteles y los que se producen entre fuerzas del gobierno y los carteles. Pero éstas son noticias de último momento sobre un hecho, no artículos que les brindan a los lectores una visión panorámica sobre lo que sucede. Sin embargo, casi siempre, según afirmaron los reporteros, resulta demasiado peligroso acercarse a un enfrentamiento armado o, más probablemente, las fuerzas gubernamentales acordonan el área.

El resultado es que la mayoría de las notas informativas deben redactarse a partir de lo que el gobierno federal o estatal alega que aconteció. Y es ahí que los periodistas aprenden a no hacer preguntas. Un reportero explicó: “Si llamo a un oficial de policía y presiono para tener más información sobre un tiroteo, luego él comienza a arrojar sutiles amenazas como, ‘¿Por qué tienes tanta curiosidad?’ En Zacatecas, eso es una amenaza”. Otro reportero afirmó, “Quizás podría ir al departamento de registros del municipio para investigar cuánto costó la sospechosa nueva casa de un legislador. Pero el empleado me denunciará, tendré que dar mi nombre, de alguna manera saldrá a la luz. ¿Por qué, en cambio, no me pego yo mismo un tiro? Será más rápido.”

No sólo son los carteles los que evitan que las noticias lleguen al público, según mencionaron reporteros y los editores de mayor rango. Sus propios medios de comunicación tienen temor de perder contratos de publicidad con el estado, mientras que la política estatal sostiene que no existen problemas con los carteles. La economía de Zacatecas es bastante sencilla. Existen minas y fincas agrícolas, un poco de turismo y el dinero de las remesas enviado por los familiares que trabajan en Estados Unidos. Es difícil para cualquier medio de comunicación encontrar anunciantes importantes. “La mayoría de nosotros sobrevive sólo por lo que el estado paga por los anuncios”, sostuvo el editor de un periódico importante. Otro editor explicó: “No hay duda de que esto hace que el dueño escuche lo que el estado dice. Si el gobernador llama al dueño del medio y le dice que tal y cual cosa es verdad, entonces será mejor tenerlo en cuenta”. Hace dos administraciones atrás, cuando los periodistas afirmaron que los Zetas estaban infiltrándose, el gobernador indicó que no había problema alguno. El gobernador actual reconoce que existe un problema, pero que lo están manejando.

 

Jerez es una pequeña ciudad fundada en el siglo XVI. Sus aceras están enmarcadas por altos arcos de piedra y sus plazas rodeadas por herrería forjada y hiedra verde. No sólo se trata de un lugar donde todos se conocen, sino que casi todas las bisabuelas de alguien conocieron a las de todos. Sus pequeñas tiendas se dejaban abiertas cuando la gente iba a almorzar y las bicicletas quedaban sin candado apoyadas en los postes de luz. Esto fue hasta hace tres años, comentó la gente, cuando la expansión del cartel de los Zetas alcanzó a los establecimientos rurales cercanos a Jerez y luego al pueblo mismo. Ahora Jerez es notoria por el terror. Pero no se ha informado sobre el problema, afirmaron los periodistas locales.

Una mujer de unos 50 años indicó que había abandonado Jerez para ir a la universidad y continuar su carrera profesional, y que había regresado al estilo tranquilo de su pueblo natal para cuidar a sus padres mayores. “Sólo evite dar mi nombre”, explicó, mirando con precaución a su alrededor. “Las noches solían ser tan llenas de vida como el día porque vivíamos en las plazas e íbamos caminando de la casa de una amiga a la de una prima, o cosas por el estilo. Había músicos que venían haciendo una gira desde otros pueblos”. Ya no más. Esas noches desaparecieron. Todos sienten el terror en soledad, o quizás lo comparten con sus familiares más cercanos. “Oí que estaban extorsionando a los taxis en la plaza principal y mi primo tiene un taxi allí”, comentó un hombre. “Mi primo no dijo ni sí ni no. Esto significa sí. Primero nos roban el dinero, luego nos roban la vida que teníamos juntos”. Hasta hace poco una familia en Jerez se habría sentido orgullosa de tener familiares en Estados Unidos a los que les estaba yendo bien. Ahora, nadie quiere divulgar que sus familiares en el norte estén en mejor situación económica porque eso podría significar una desagradable visita de un grupo de los Zetas exigiendo un pago mensual.

En su nuevo aislamiento de amigos y familiares que han conocido por generaciones, la gente de Jerez también se siente desinformada sobre lo que ocurre en el resto del estado. En su pequeño pueblo, sólo se enteran de rumores guardados sobre lo que podría estar sucediendo. No pueden saber en qué medida sus vidas coinciden con las vidas de personas en otros pueblos o en las vastas extensiones vírgenes que los separan.

La autopista entre Jerez y la capital del estado tiene cuatro carriles y suele estar patrullada por el ejército. Lleva cerca de una hora el viaje cubrir el trayecto. La gente a ambos extremos afirmó que a principios de 2012 los Zetas tenían la costumbre de cortar la ruta y robar automóviles o a la gente en los autobuses. Era el Lejano Oeste de Estados Unidos llegado al sur. Los periodistas afirmaron que esto sucedía así en todo el estado, aunque el ejército ha logrado, en mayor o menor medida, recuperar el control en las principales autopistas. El problema es que el estado es un gran espacio abierto con apenas algunas franjas pavimentadas. Inclusive si el gobierno federal tuviera efectivamente el control de las autopistas, no tendría el control de Zacatecas.

De regreso desde Jerez a la capital, a lo largo del lado derecho de la autopista, muy cerca, quizás a unos 250 pies por un camino de tierra, se veían dos vehículos deportivos utilitarios con civiles portando fusiles de asalto. Estaban patrullando, controlando su zona.

 

Mike O’Connor es el representante del CPJ en México. Es coautor del informe especial del CPJ, Silencio o muerte en la prensa mexicana, publicado en 2010.


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