Por Mary Luz Avendaño
Hacer periodismo en Colombia y en una ciudad como Medellín no es fácil y más si se tocan temas relacionadas con el narcotráfico.
Pese a los esfuerzos de las autoridades por controlar los brotes de violencia vinculados al narcotráfico en los barrios de la ciudad especialmente los más populares, la situación no mejora. Según datos de la Personería, hoy Medellín tiene la tasa de homicidios más alta del país y una de las principales de América Latina.
El origen de esta violencia que deja cientos de muertos y enfrentamientos en las calles con armamento de largo alcance, está en que en la actualidad no hay un sólo capo que domine el territorio. Desde la extradición en 2008 a los Estados Unidos de Diego Fernando Murillo alias Don Berna, ex paramilitar y narcotraficante cabecilla de la organización criminal conocida como “La Oficina de Envigado”, muchos han querido ocupar su lugar, desatando así una guerra al interior de la estructura.
Por supuesto para controlar una ciudad como Medellín hace falta no sólo tener el poder en el bajo mundo sino en las esferas importantes de la sociedad, es así como estos personajes tienen entre sus “nóminas” a políticos, empresarios y miembros de la fuerza pública, especialmente de la policía.
Informar acerca de los acontecimientos diarios productos de esta guerra como los enfrentamientos o los muertos, no trae tantos problemas, otra cosa sucede cuando los periodistas nos atrevemos a ahondar en las causas y las consecuencias del mismo. Lo primero que ocurre es la indisposición por parte de algunas autoridades locales preocupadas por mantener una imagen muy distante de la realidad, así que informar en detalle lo que ocurre resulta siendo molesto y por lo tanto te conviertes en persona no grata.
El otro problema y más delicado es cuando “los señores de la guerra” se sienten afectados, es ahí donde comienzan los mensajes, las llamadas de alerta, las amenazas y hasta los atentados.
El 11 de junio de 2011 vi como mi vida, todo lo que había construido hasta ese momento se venía al piso. Ese día publiqué un artículo acerca de las alianzas entre los narcotraficantes, lo titulé “¿Un nuevo capo en Medellín?”, desde ese momento comencé a recibir llamadas de alerta de mis fuentes informándome que corría peligro.
El 18 de mayo había publicado otro artículo “Y ahora las polibandas”, en él daba cuenta de los nexos de algunos agentes de la fuerza pública con los narcotraficantes, la forma como operaban para favorecer sus acciones delincuenciales. Un mes después, el 19 de junio se conoció que tres de los policías habían sido destituidos y que se adelantaba una investigación que involucraba a otros 120. Las fuentes que me suministraron la información me alertaron sobre la inconformidad existente por la publicación y sus consecuencias.
El 22 de junio una fuente cercana recibió una llamada, se trataba de un mensaje para mí: “Dígale a su amiga la periodista Maryluz, que deje de publicar maricadas o se quiere ganar el premio gordo”. Ya no eran sólo las alertas, ahora se habían transformado en amenazas. Las investigaciones de las autoridades dieron como resultado que el autor de las mismas era el narcotraficante alias Mi Sangre, de quien hablé en el artículo “¿Un nuevo capo en Medellín?”, él además pidió al periódico que rectificara la información, ante la negativa de la directiva dijo que demandaría.
Varias llamadas hicieron al periódico tratando de averiguar mi paradero, la alerta seguía y la recomendación fue salir del país, a pesar de que contaba con escolta permanente de la Policía. Según el comandante de la institución en Medellín, cualquier persona podría aprovechar la situación para hacerme daño, pues los artículos publicados en el último año habían causado malestar en muchos ámbitos.
El 10 de agosto hice caso de las recomendaciones y con la ayuda de varias organizaciones internacionales que luchan por la libertad de prensa entre ellos el CPJ salí del país. ¿Cuánto tiempo estaré afuera? no lo sé, ¿a dónde iré? tampoco lo sé, al igual que no sé qué va a pasar con mi vida profesional de ahora en adelante, ni que decir de la familiar que se quedó en Medellín y sólo me acompaña la soledad.
Lo único que siempre está conmigo es la incertidumbre y la convicción de que hice lo correcto. Si valió la pena o no es otra reflexión, pero no me queda duda de que volvería a hacerlo porque es mi trabajo, soy periodista y la gente tiene derecho a saber qué pasa. Han sido 14 años de vida profesional, de cubrir informaciones de narcotráfico, guerrilla y paramilitares. Por supuesto antes hubo otras amenazas, un secuestro durante una semana a manos de las FARC, pero en ese entonces hubo con quien hablhbar, ahora no, y quienes hoy me persiguen no tienen nada que perder, por eso es diferente y aunque algunos piensen que es cobardía, si me matan no puedo seguir siendo periodista, ahora por lo menos tengo la esperanza de volver a serlo algún día.