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Prólogo: Contemplando una prensa libre en Cuba

Por Ernesto Londoño

Una prensa libre es, en su mejor expresión, la conciencia de una nación, un árbitro indispensable de la verdad y la justicia. Cuando realiza bien su trabajo, una prensa libre pone al descubierto verdades incómodas, hace rendir cuentas al poder y defiende a los sectores marginados.

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En esta notable coyuntura en la historia cubana, la isla se beneficiaría enormemente de una prensa más libre.

Y sin embargo, los periodistas cubanos continúan sometidos a ataduras. La prensa oficial está controlada por el gobernante Partido Comunista, que durante años ha intentado ejercer un férreo control sobre la difusión de la información en Cuba. Los periodistas independientes que ejercen el periodismo crítico tienen un alcance limitado porque solamente el Estado tiene el derecho legal de administrar organizaciones de medios y pocas personas tienen acceso continuo y a precios accesibles a la Internet.

No obstante, al contemplar el futuro del periodismo en Cuba, me siento alentado de ver que los cimientos de una prensa más libre ya están en pie. En primer y primordial lugar por la rica reserva de talento. Los periodistas cubanos que he conocido son apasionados, inteligentes, inquisitivos y tienen un firme dominio de la historia. Su público principal –los 11 millones de ciudadanos de la isla– se encuentra entre los de mayor nivel de alfabetización y educación del mundo.

Incluso en ausencia de un marco jurídico que consagre el derecho de buscar y difundir información de manera independiente, varios de ellos realizan periodismo innovador y de alta calidad. He contemplado con particular admiración el trabajo del sitio web de periodismo narrativo El Estornudo y los artículos en profundidad sobre cuestiones locales en Periodismo de Barrio. La periodista independiente Yoani Sánchez merece reconocimiento por la sostenida calidad del periodismo de su sitio web, 14ymedio, que les ofrece a los lectores historias y perspectivas que no pueden encontrar en ninguna otra parte.

La prensa oficial, por su parte, con demasiada frecuencia parece estar obstinadamente refugiada en trincheras de la Guerra Fría. Confunde más que esclarece. Justifica su autocensura y tono beligerante apuntando el dedo a sus anacrónicos adversarios, los mayoritariamente irrelevantes Radio y TV Martí, financiados por Washington. Los contribuyentes estadounidenses pagan millones cada año en subsidios destinados a la redacción con sede en Miami, que ha tenido poco éxito en crear un público de tamaño considerable en la isla. La prensa cubana oficial y Radio y TV Martí se han convertido en cámaras de resonancia que sirven a ideólogos en los extremos opuestos del espectro político. Conforme están estructurados en la actualidad, ninguno es capaz de aportar el tipo de periodismo transformativo que pudiera contribuir a lograr los cambios añorados por la mayoría de los cubanos.

Alcanzar esa clase de transformación requerirá que las reglas del juego sean más claras. Algunos representantes del gobierno cubano han alentado a la prensa a ser más inquisitiva y a señalar los aspectos del sistema que no están funcionando. Esos llamados suenan vacíos sin las sólidas garantías jurídicas que consagren la libertad de prensa como un derecho fundamental. Significan poco mientras continúen existiendo líneas rojas en torno a las preguntas que la prensa tiene derecho a formular y a las respuestas que funcionarios del gobierno estén dispuestos a ofrecer.

El pueblo cubano merece respuestas a numerosas cuestiones apremiantes, entre ellas las siguientes: ¿por qué el gobierno no ha implementado la mayoría de las reformas económicas que los dirigentes cubanos consideraron indispensables hace unos años?, ¿por qué las Fuerzas Armadas cubanas controlan grandes segmentos de la economía y cómo justifica la opacidad de sus finanzas?, ¿cuál es la razón exacta por la cual los cubanos continúan viviendo en el oscurantismo digital en momentos cuando el Estado cuenta con la capacidad técnica de conectar a la Internet a millones de ciudadanos en cuestión de meses?, ¿por qué el ciudadano cubano común no tiene mayor presencia e influencia en el debate de la cuestión de quién sucederá al Presidente Raúl Castro cuando él abandone el poder en la fecha fijada en 2018?, ¿qué motiva a decenas de miles de cubanos a emigrar cada año de su país?

Sería ingenuo esperar que se den respuestas sustantivas a estas preguntas en una fecha cercana. Pero serían mucho más difíciles de ignorar si un número mayor de periodistas cubanos las estuvieran haciendo. Ellos deben hacerlo. Si los periodistas empleados por la prensa oficial comenzaran a verse a sí mismos como representantes del pueblo y no del Partido Comunista, estas cuestiones vitales se volverían inevitables. Sugiero lo anterior a la vez que reconozco los riesgos sustanciales que surgen al desafiar la autoridad en un estado policial. Sin embargo, el periodismo transformativo siempre exige correr riesgos. Por el bien del futuro del país, espero que más periodistas cubanos decidan sumarse a los que ya han cruzado las líneas rojas.