CPJ

Remarks from Cuban journalist Alejandro Gonzalez Raga

Exiled Cuban journalist Alejandro Gonzalez Raga spoke to reporters in Madrid on Monday as part of CPJ’s launch of our book, Attacks on the Press. He talked about the brutality of life in a Cuban prison, the torture he and other journalists who were jailed for their writing endured. Here are his remarks, in Spanish:

Amigos:

Ante todo deseo darles las gracias por esta invitación que nos da la oportunidad de hablar de aquellos a quienes un régimen ha pretendido silenciar por tanto tiempo. Hablo por nuestros hermanos que están pagando con su libertad y con sus vidas el derecho de los cubanos a expresarse, a ser libres, por ellos y para ellos son estas palabras.

El dieciocho de marzo del 2003 el régimen de mi país llevó a cabo una operación policial que codificó con el nombre de “Ofensiva Dos”. Esta maniobra que intentaron diluir entre los sonidos de la batalla que daba comienzo en Irak, ha trascendido como “La Primavera Negra de Cuba”.

El resultado de esa acción represiva arrojó un saldo de 75 prisioneros, reconocidos después por Amnistía Internacional como “Prisioneros de Conciencia”. Cincuenta y cuatro de ellos permanecen aún secuestrados en condiciones infrahumanas. Muchos con trastornos de salud incompatibles con el régimen penitenciario.

Es un honor para mí representarles. Y mi obligación es hablar de su inocencia y del dolor que provoca la indefensión y la injusticia que es el tenerles presos. Porque se que es imposible sentirse culpable después de decir lo que se piensa. Este sentimiento nos salva siempre de la angustia, pero nada hay que nos alivie el dolor de la fractura existencial que significa la cárcel o el destierro.

Cuando nos arrestaron, ninguno de nosotros planificaba un asalto a un cuartel o un local del partido. Ninguno llevó jamás pasamontañas. Todo cuanto ocuparon en sus prolongados y minuciosos registros fueron viejas maquinas de escribir, algunos radios, borradores de artículos periodísticos y copias de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

A pesar de esto, el régimen solicito, pidió para nosotros condenas que iban desde la pena de muerte, hasta benévola cifra de seis años de privación de libertad. Ser generoso en el castigo era su respuesta al crimen que suponía un ejercicio elemental del derecho. Porque este ejercicio es la esperanza, y la esperanza es algo que nos está prohibido.

De aquella oleada represiva próximamente se cumplirá otro aniversario. Seis para ser exacto, de un encierro injusto, de terribles condiciones de reclusión y total hacinamiento. En obligada confusión, con delincuentes comunes y a merced de la ira de un celador al que se le dice que no eres más que un mercenario, un ser despreciable con el que se puede ensayar cualquier castigo.

Viven obligados en esa realidad que no les pertenece, en un país sin leyes. Un cuadro imposible de describir de un surrealismo que espanta y que han dejado plasmado en sus crónicas de intramuros, sus denuncias y los cuadernos de poesía escritos en prisión.

Testimonios como el escrito por Ricardo González Alfonzo de las últimas horas de un muchacho condenado a muerte junto a dos de sus compañeros por el intento fallido de secuestrar una embarcación para llegar a los EE.UU. Vivencias de las distintas prisiones en las que transcurren sus vidas en todos estos años.

Estas son notas de la bitácora de Ricardo pero podrían ser de Alfredo Pulido, Regis Iglesias, Normando Hernández o cualquier otro, son además experiencias compartidas que voy a citar en sus palabras.

“En la prisión camagüeyana de Kilo 8 (conocida también como “se perdió la llave”) traté con varios auto agresores. Maceo es un mulato joven e invalido. Frente a su celda de castigo, la silla de ruedas. Una mañana pidió con insistencia que limpiaran su celda. Él no podía por su impedimento físico. Ante la indiferencia el mulato tomó un cuchillo rústico y se infligió un tajo en el muslo. ¡Ahora tendrán que limpiar la sangre! gritó triunfal”.

“A Lourdes, un joven corpulento los guardias le propinaron una golpiza. De vuelta a en su celda se amputó el dedo meñique”.

“A Héctor lo condenaron a muerte, se inyectó petróleo en la piernas con la esperanza que le conmutaran la sentencia, ahora está invalido”.

“Ulloa con la misma sentencia se cortó la mano izquierda y pagó a otro recluso para que le cortara la derecha”.

“Chávela es un homosexual joven. Drogado se cercenó el pene y los testículos y casi muere desangrado en su celda”.

Estos fragmentos son parte de un relato interminable, imágenes que aún conservo con nitidez. Pero que sigue siendo su realidad el día a día de todos estos hombres.

Hace más de medio siglo los cubanos andamos en busca de nuestros derechos. En todo este tiempo hemos ido desde el estruendo del disparo en el foso de fusilamiento hasta el silencio del calabozo. Y esa diferencia entre el estruendo del disparo y el silencio del calabozo. Hay quien dice que debemos aceptarla como modelo de justicia.

No, no puede haber justicia en un modelo que reprime y encarcela el pensamiento, no puede ser justa la imposición que ha diseñado el espectáculo actual de nuestra nación.

Y no debería haber lugar para la indiferencia cuando se le escamotean los derechos de una nación. Pero hay indiferentes que contemplan impasibles el sufrimiento de un pueblo que ha vivido medio siglo con su garganta opresa, que no quieren descubrir en aquella estructura la anulación de todo derecho. Derechos que consideran esenciales para si. Quien no alcance a ver la negación de estos principios hará mejor en callar cuando hay hombres muriendo sesenta veces por minutos y otros muchos que no podrían encontrar diferencia entre silencio y el estruendo del disparo.

Hombres como Ricardo, Fabio, Omar, Pedro, Pablo, Alfredo o Normando y todos ellos a quienes recordamos siempre porque han sabido hacer del sufrimiento su obra de arte.

Muchas Gracias.