El camino a la justicia

Capítulo 1: ¿Qué significa la impunidad?

En 1981, el año de la fundación del CPJ, la sociedad argentina todavía sufría la llamada “guerra sucia”, que dejó un saldo de decenas de desaparecidos entre los periodistas. La mayoría de ellos nunca fueron vistos nuevamente y, hasta hoy, nadie ha documentado sistemáticamente los asesinatos de periodistas y nadie sabe con exactitud cuántos periodistas murieron. No sorprende, ante tal vacío informativo, que la comunidad internacional haya prestado poca atención a las desapariciones de periodistas o a la catastrófica situación de los derechos humanos sobre la cual muchos de los periodistas asesinados intentaban informar.

No fue sino hasta 10 años después, en 1992, que el CPJ comenzó a documentar sistemáticamente cada caso en que un periodista fue asesinado por ejercer la profesión en cualquier parte del mundo. Durante los primeros años de esta tarea, la “lista de periodistas caídos en el ejercicio de la profesión” aparecía publicada en papel como un apéndice de Ataques contra la prensa, el informe anual del CPJ que analizaba la situación global de la libertad de prensa. Con el tiempo, estos datos se llevaron a la Internet y con la creación de una base de datos pública que permite tanto al CPJ como a otros comprender mejor las tendencias subyacentes en las cifras.

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Desde 1992 hasta la actualidad, el CPJ ha sido consecuente en la aplicación de su metodología. Empleamos rigurosas normas periodísticas y vamos más allá de las informaciones de las notas de prensa y buscamos fuentes informativas independientes en cada caso. Recopilamos datos biográficos básicos (el nombre de la persona, el medio donde trabajaba y el tipo de trabajo que realizaba) y tomamos decisiones difíciles respecto a si la víctima desempeñaba o no alguna actividad periodística. También tratamos de determinar el motivo de la muerte y solamente consideramos un caso como confirmado cuando tenemos la confianza razonable de que un periodista fue muerto por ejercer su labor informativa. Este enfoque consecuente y sostenido es lo que nos permite recopilar estadísticas completas sobre cada periodista caído en el ejercicio de la profesión y sacar conclusiones bien fundamentadas con base en las estadísticas.

Las cifras describen una estremecedora realidad. De 2004 a 2013, 370 periodistas han sido asesinados en represalia directa por su labor informativa. La gran mayoría eran periodistas locales que informaban sobre la corrupción, la delincuencia, los derechos humanos, la política y la guerra, entre otras cuestiones de vital importancia para la sociedad. En el 90 por ciento de todos estos casos, ha existido la más absoluta impunidad: no se han registrado arrestos, ni procesamientos ni condenas. En algunos casos, los tribunales han condenado a un asesino o a un cómplice, pero en solamente unos pocos el autor intelectual ha sido enjuiciado.

Nuestra obsesión por recopilar estadísticas sobre estos casos no solamente tiene el propósito de poner al descubierto estas perturbadoras tendencias. También intentamos asegurarnos de mantener una ficha permanente de cada caso y de que los datos se actualicen si existen avances en la impartición de justicia. Mantener datos sobre los asesinatos nos ayuda a comprender el impacto de estos crímenes en una sociedad en particular. Los atentados contra periodistas y medios en Siria han impedido que el mundo comprenda a plenitud la violencia que sacude esa nación. Del mismo modo, la impunidad generalizada ha suprimido investigaciones periodísticas del narcotráfico en México, de la violencia de los radicales islamistas en Pakistán y de la corrupción en Rusia.

Mikhail Beketov, en el centro, murió en abril de 2013 a causa de las heridas sufridas durante el brutal ataque de que fue víctima en 2008. Beketov había informado sobre actos de corrupción en el gobierno ruso. Nadie ha sido enjuiciado por este ataque. (AFP/Alexey Sazonov)

El saldo de la violencia para los familiares y amigos de los periodistas, y la sociedad en general, es enorme. Un tenaz periodista ruso, Mikhail Beketov, murió en abril de 2013 en un hospital de Moscú como consecuencia de heridas sufridas en una horrible golpiza ocurrida hacía más de cuatro años, tras haber informado sobre la destrucción del medio ambiente en las afueras de Moscú. Lo visité en octubre de 2010, cuando todavía luchaba por recuperarse del daño que le habían causado unos sujetos que lo atacaron con tubos de hierro. Persona de complexión robusta, Beketov se encontraba muy débil: había perdido una pierna, sus manos estaban desfiguradas y estaba incapacitado para hablar debido al trauma cerebral. Mediante el empleo de la violencia, una persona valiente que había utilizado su voz y su pluma para desafiar a los poderosos, había sido despojada de la facultad de comunicarse. Las autoridades no han arrestado a nadie por la agresión.

De acuerdo con nuestras investigaciones, tal impunidad anima a los asesinos y amordaza a los medios. El asesinato de un periodista no solamente termina con una historia inconclusa, sino que fomenta un clima de intimidación. El mensaje se escucha. Los asesinos se entusiasman y la violencia se repite. A los periodistas únicamente les queda la opción de escuchar. Los asesinatos promueven el surgimiento de zonas de autocensura, como las que se han afianzado en partes de Colombia y México. “La impunidad es una de las más importantes causas, por no decir la más importante, del elevado número de periodistas asesinados cada año”, declaró Christof Heyns, relator especial de la ONU sobre las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias, en un informe de 2012 sobre asesinatos de periodistas.

Cuando la violencia contra la prensa continúa, como por ejemplo en países como Iraq, Somalia y Sri Lanka, comunidades enteras de periodistas marchan al exilio. Muchos de ellos temen regresar hasta que los autores de los ataques contra periodistas no estén tras las rejas.

La toma de conciencia ante las sombrías estadísticas y las conmovedoras historias ha venido acompañada de llamados más insistentes y frecuentes a favor de que se tomen medidas. En los últimos años, el papel de los periodistas en la promoción del diálogo y la fiscalización de los gobiernos ha recibido un amplio reconocimiento. Una prensa libre contribuye al avance de los objetivos compartidos por la ONU y otras organizaciones intergubernamentales al promover la buena gobernanza, desafiar la corrupción, combatir la delincuencia y ayudar a resolver conflictos y construir la paz. El devastador impacto de la impunidad por los actos de violencia contra los medios de comunicación socava estas cruciales funciones.

En aproximadamente el 90 por ciento de los asesinatos de periodistas, nadie es llevado ante la justicia. (IFEX/Lidija Sabados)

Como deja claro este informe, la ONU ha respondido, reconociendo que el asesinato de periodistas amenaza la libre circulación de la información y por ende la paz y seguridad globales cuyo mantenimiento dio origen a la ONU. “Cada periodista asesinado o silenciado mediante la intimidación es un observador menos de nuestros esfuerzos por garantizar los derechos y la dignidad humanos”, declaró Jan Eliasson, vicesecretario general de la ONU, en el primer debate del Consejo de Seguridad sobre esta cuestión, en julio de 2013.

En 2011 y con el aporte de organizaciones de la sociedad civil, entre ellas el CPJ, la UNESCO comenzó a elaborar el Plan de Acción sobre la Seguridad de los Periodistas y la Cuestión de la Impunidad.

Este informe del CPJ tiene la finalidad de promover el próximo paso en ese proceso. Con el Plan de Acción y otras medidas, la ONU y la comunidad internacional han asumido la responsabilidad de abordar el flagelo de la impunidad. ¿Qué pasos concretos podemos adoptar para triunfar en esta lucha?

Elisabeth Witchel, la principal autora de este informe, está bien preparada para responder esta pregunta. Witchel fundó la Campaña Global del CPJ contra la Impunidad en 2007 y en la actualidad es una de las principales expertas en esta materia a escala global. Para la elaboración de este informe, analizó minuciosamente un conjunto de datos e investigaciones generados por el CPJ en más de una década, y entrevistó a decenas de personas entre periodistas, funcionarios de la ONU y de varios gobiernos, y defensores de la libertad de prensa. Varios integrantes del plantel del CPJ hicieron aportes a secciones del informe.

La diferencia entre 1981 y el presente es marcada. Cuando la junta militar asumió el poder en Argentina a mediados de la década de 1970, intentó eliminar a los testigos de sus atrocidades y en gran medida lo consiguió. En la actualidad, no tenemos excusas. Cada asesinato de periodista es documentado. Sabemos cuándo, dónde y cómo sucedió; sabemos el porqué; y a menudo sabemos quién es el responsable. Conocer esa información nos obliga a actuar, no solamente en aras de la justicia sino también para asegurar que en nuestra sociedad globalizada las fuerzas violentas no puedan decidir lo que sabemos. Para que los ideales de la llamada “era de la información” se conviertan en una realidad, debemos adoptar todas las medidas para erradicar la mayor amenaza contra la libertad de expresión en el planeta: los múltiples asesinatos no resueltos de esos periodistas decididos a informar a sus sociedades y al mundo. Este informe nos muestra el camino.

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