Heroínas por la libertad de prensa

La noche del 16 de septiembre de 2000, Georgy Gongadze, periodista investigativo ucraniano de 31 años de edad, dejó la casa de un colega en Kiev y se dirigió a la suya, donde lo esperaban la esposa y las pequeñas hijas. El periodista nunca llegó.

ÍNDICE

Attacks on the Press book cover

“Esos dos primeros días fueron realmente borrosos”, la esposa, Myroslava Gongadze, recordó recientemente. “Yo estaba en una especie de limbo y no sabía qué hacer”. Días después de la desaparición de su esposo, funcionarios del gobierno descartaron el móvil político, pese a las agudas críticas del periodista contra el gobierno ucraniano. A mediados de noviembre, un cadáver decapitado y calcinado fue identificado como el del periodista, y en un plazo de unas semanas, un líder opositor divulgó grabaciones de lo que parecía ser conversaciones entre el entonces presidente Leonid Kuchma y otros altos funcionarios sobre las posibles maneras de “lidiar” con Gongadze. Entonces Myroslava Gongadze, abogada de profesión, decidió intervenir. Si ella, quien estaba tan personalmente afectada por el asesinato, no tomaba la iniciativa, expresó, nadie más iba a luchar por la verdad.

Utilizando sus conocimientos jurídicos, una red de contactos en los medios y una firme determinación, Gongadze trabajó junto con un grupo de periodistas y organizaciones de derechos humanos locales e internacionales para armar un argumento legal y una campaña pública. Transcurridos 15 años, cuatro ex funcionarios han sido declarados culpables del asesinato mientras que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha dictaminado que el gobierno ucraniano tiene responsabilidad legal por la muerte del periodista. Pese a su éxito, Gongadze afirma que ha habido momentos cuando ella ha estado a punto de abandonar sus esfuerzos. “He querido cambiarme el nombre, desaparecer, cambiar mi vida, convertirme en una persona diferente. Y luego me doy cuenta de que esto es lo que tengo. Esta soy yo”.

Desde que comencé a trabajar para el Comité para la Protección de los Periodistas en 2005, he conocido y trabajado con otras varias mujeres de todo el mundo que, al igual que Myroslava Gongadze, se han convertido en prominentes figuras en campañas a favor de la libertad de prensa. Son las madres, esposas, hijas, hermanas, novias y colegas de periodistas que han desaparecido, han sido tomados como rehenes, han sido heridos, han sido encarcelados o han sido muertos. Aunque ellas tienen sus equivalentes masculinos, la mayoría de los activistas espontáneos que he encontrado son mujeres. Ellas vienen de diferentes países y tienen diferentes experiencias, mientras que sus batallas individuales están firmemente arraigadas en historias personales. Sin embargo, todas comparten un incansable compromiso con la verdad y la justicia que transciende esas experiencias particulares.

¿Es el género la raíz de su compromiso? La frecuencia de casos tales como el de Gongadze parecería apuntar hacia esa dirección. Pero al hablar con ella y otras que han librado luchas similares, al parecer el género no desempeña ningún papel predecible. Las mujeres reconocen un patrón, pero también plantean contradicciones en su análisis de las razones que las han motivado a liderar campañas en algunos de los ataques contra periodistas más visibles del mundo.

En noviembre de 2015, entrevisté a cuatro mujeres cuya vida en esencia fue transformada por un solo acontecimiento devastador que, en cuestión de días –horas en un caso– las había convertido de esposa, madre o amiga en una especie de luchadora. Mi objetivo al entrevistarlas era diseccionar las historias y estrategias de sus luchas para poder entender el papel que el género había desempeñado. Hablé con Gongadze; con Sandhya Eknelygoda, la esposa de Prageeth Eknelygoda, desaparecido caricaturista político de Sri Lanka; con Diane Foley, la madre del periodista freelance estadounidense James Foley, quien fue tomado como rehén y asesinado brutalmente en Siria; y con Soleyana S. Gebremichael, integrante fundadora del colectivo de blogueros etíopes Zona 9, varios de cuyos colegas estuvieron encarcelados durante más de un año.

De las cuatro, únicamente Eknelygoda me dijo que el género fue un factor clave para su lucha. Las otras narrativas estaban menos definidas. Tanto Foley como Soleyana (quien como muchos etíopes solamente usa su primer nombre) manifestaron que el género no impulsa el tipo de batalla que ellas han librado. El temperamento y el compromiso, sí. De hecho, precisó Foley, su hijo “es el héroe. Jim es quien me da ánimo”, y agregó que su pasión por la justicia se derivó de él.

Para Gongadze, no se trata del género del activista, sino del género de las personas en nombre de las cuales se está luchando. “Supongo que los periodistas que se exponen al peligro en su mayoría son hombres”, expresó ella. Las cifras que el CPJ recopila sobre casos de periodistas asesinados respaldan esa afirmación: De los 1,175 periodistas muertos desde que el CPJ comenzó a llevar estadísticas de estos casos, en 1992, el 93 % son hombres. “¿Entonces quién queda para pelear por ellos?”, preguntó Gongadze, para responder casi inmediatamente: “Las mujeres”.

Cuando Prageeth Eknelygoda, acérrimo crítico del gobierno de Mahinda Rajapaksa, exmandatario de Sri Lanka, no llegó a casa el 24 de enero de 2010, unos días antes de las elecciones presidenciales del país, Sandhya Eknelygoda se dirigió apresuradamente a la estación de policía local para denunciar su desaparición. Los agentes de policía se rieron de ella, y le dijeron que su esposo probablemente estaba con otra mujer o había fingido su propia desaparición, refirió Eknelygoda, pero ella perseveró. A finales de ese mismo mes, ella se reunió con el alto superintendente de la policía, y cuando él también rechazó sus preocupaciones, ella presentó una queja ante la Comisión de Derechos Humanos de Sri Lanka. Enfrentada al silencio, Eknelygoda comenzó a escribirles cartas a altos funcionarios de gobierno. Cuando esas cartas quedaron sin respuesta, ella presentó un recurso de habeas corpus que solicitaba información sobre el paradero de Prageeth o de su cadáver. Y cuando esta tentativa también fracasó, Eknelygoda buscó el apoyo de la comunidad internacional y comenzó una serie de intervenciones públicas en todo el mundo para llamar la atención sobre el caso de su esposo.

Diane Foley, a la izquierda, madre de James Foley, el fotoperiodista asesinado por miembros del Estado Islámico en 2014, y Debra Tice, madre del periodista freelance Austin Tice, quien ha estado desaparecido desde que lo capturaron en Siria en 2012, participan en un foro en el Newseum en Washington el 4 de febrero de 2015. (AP/Molly Riley)

En enero de 2015, Sri Lanka celebró elecciones presidenciales anticipadas y el candidato opositor, Maithripala Sirisena, sorpresivamente derrotó a Rajapaksa, quien pretendía un tercer mandato. Para este momento, la misión de Eknelygoda se había convertido en una campaña global por la verdad no solamente para los casos de su esposo y otros periodistas, sino también para los miles de desaparecidos de Sri Lanka para los cuales ella se ha convertido en una vocera de facto. Casi inmediatamente después de haber sido elegido, Sirisena se comprometió a reabrir los expedientes de periodistas desaparecidos y muertos, y cuando hablé con Eknelygoda en 2015, las autoridades habían arrestado a cinco oficiales del Ejército y a dos civiles en relación con la desaparición de Prageeth Eknelygoda.

Sujetos armados secuestraron al periodista freelance estadounidense Jim Foley en Siria el Día de Acción de Gracias de 2012, mientras trataba de llegar a Turquía. Se desconoció su paradero hasta el 19 de agosto de 2014, cuando el grupo extremista Estado Islámico publicó un video en la Internet que mostraba la brutal decapitación del periodista como una advertencia y represalia contra el gobierno del presidente estadounidense Barack Obama. A petición de los padres de Foley, Diane y John Foley, no se dio a conocer su desaparición hasta enero de 2013, cuando ellos lanzaron una vigorosa campaña en favor de su liberación. Casi de inmediato, Diane Foley se convirtió en una voz para las familias de otros rehenes estadounidenses.

Luego del cruel asesinato de su hijo, una devastada Foley decidió que ella no renunciaría a su lucha. “No podía dejar que alguien tan extraordinario muriera”, Foley me dijo por teléfono de regreso a su casa desde Washington, D.C. , luego de haber testificado ante el Congreso de Estados Unidos. A las tres semanas del asesinato de su hijo, ella había realizado los trámites necesarios para comenzar la James W. Foley Legacy Foundation, que defiende causas por las cuales se apasionaba su hijo: apoyo a los rehenes estadounidenses, mayores derechos para los periodistas freelance, y mejor educación para los jóvenes menos favorecidos.

Hasta el momento, Foley y su fundación han desempeñado un papel en importantes reformas en dos de estas tres cuestiones. En febrero de 2015, una coalición de ejecutivos de empresas noticiosas, organizaciones de libertad de prensa –entre ellas el CPJ– y periodistas a título personal, acordaron definir principios globales para la seguridad de los periodistas freelance. Hasta la fecha, 78 organizaciones han suscrito la declaración de principios. Cuatro meses después, el gobierno de Obama anunció cambios a la política estadounidense sobre los rehenes. Según versiones noticiosas, el cambio de política permitirá que los funcionarios de gobierno se comuniquen y negocien con los grupos que mantienen rehenes, y permitirá que ayuden a las familias estadounidenses que intenten hacer lo mismo, mientras una unidad interinstitucional de recuperación de rehenes coordinará los esfuerzos por liberar a los cautivos estadounidenses. Aunque Foley se siente animada por los avances, dice que sólo creerá que ha habido cambios reales cuando un rehén estadounidense regrese a casa.

* * *

Las autoridades etíopes detuvieron a seis jóvenes blogueros en Addis Ababa que integraban un colectivo independiente conocido como Zona 9. Ese día, Soleyana, una de las fundadoras del grupo, se encontraba de viaje fuera del país. Desde Nairobi, Kenia, Soleyana se mantuvo informada de los acontecimientos del día en tiempo real mediante su amigo y colega Zelalem Kibret, hasta que también lo detuvieron a él. Esa noche, luego de haberse comunicado por teléfono con cada una de las familias de su colegas, Soleyana trabajó con Endalk Chala, otro fundador de Zona 9 que también estaba en el extranjero, en un comunicado de prensa que instaba al gobierno a liberar a sus colegas, me contó ella desde su nuevo hogar en Maryland. Soleyana afirmó que posteriormente ellos lanzaron una formidable campaña de redes sociales con el hashtag #FreeZone9Bloggers.

En julio de 2015, más de un año después de las detenciones de los miembros de Zona 9 y semanas antes de que el presidente Obama visitara Etiopía, las autoridades etíopes liberaron a dos de los blogueros. Tres meses después, liberaron al resto. En noviembre, el CPJ le otorgó a Zona 9 el Premio Internacional de la Libertad de Prensa.

Soleyana y las demás mujeres que entrevisté tenían un objetivo claro desde el principio, pero, según ellas, han improvisado para elaborar la estrategia de sus campañas. La semana posterior a la desaparición de Georgy Gongadze, ante la falta de medidas o respuestas claras de las autoridades locales, los amigos convencieron a una desorientada Myroslava Gongadze a ofrecer una conferencia de prensa. Acompañada de sus hijas gemelas de cuatro años de edad, Gongadze les dijo a los periodistas que su esposo no había regresado a casa. Entonces ella planteó un llamado a la acción. “Dije que ellos necesitaban apoyarme, que la comunidad de periodistas necesitaba apoyarme. Dije que hoy se trataba de él, y mañana se trataría de ustedes”, señaló. “Pero no hubo una verdadera estrategia hasta que me di cuenta de que no se iba a lograr justicia en Ucrania. Entonces, tuve una estrategia y solicité una investigación especial con el apoyo de [la Federación Internacional de Periodistas, Reporteros sin Fronteras] y el CPJ. Hicimos informes sobre el avance de la investigación. Y analizamos todas las posibilidades de llevar el caso ante la justicia internacional”. Gongadze finalmente presentó una demanda ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, Francia, con el argumento de que el gobierno no había protegido a su esposo ni había investigado adecuadamente su asesinato. En 2005, el tribunal declaró al gobierno ucraniano responsable de la muerte de Georgy Gongadze y le otorgó a su esposa una indemnización de 100,000 euros, aproximadamente USD 118,000 en esa época.

La atención de los medios, ya sea intencional o espontánea, buena o mala, también ha desempeñado un papel fundamental en estas campañas. Cada una de estas mujeres, carismática a su manera, ha encontrado y fomentado una compleja relación con los medios. Para Gongadze y Eknelygoda, los colegas de los esposos han sido cruciales. Según ellas, los periodistas locales han estado entre sus más estrechos aliados, mientras que los medios locales e internacionales han contribuido no solamente a diseminar sus llamados a favor de la justicia, sino que continuamente han resaltado su labor.

“En los medios muchas personas simpatizan con mi trabajo, y por supuesto, hay otras que no son cooperadoras”, me dijo Eknelygoda por Skype desde la cocina de su hogar en Colombo, Sri Lanka, con la ayuda de su hijo adolescente, quien sirvió de traductor. “Pero tengo muchos amigos en los medios que me entienden y le dan publicidad al caso de Prageeth. Hay mucho apoyo para mí en lo personal y para la causa por la que lucho. También me da tranquilidad y satisfacción el hecho de que los medios continúen siendo solidarios. Es tan importante darle difusión al caso en los medios”.

El caso de Soleyana es un poco diferente a los demás en su manera de acercarse a los medios. Durante la mayoría de los 18 meses que sus seis amigos estuvieron encarcelados, Soleyana trabajó junto con dos otros blogueros –Endalk, quien vive en Estados Unidos, y Jomanex Kasaye, quien logró escapar de Etiopía y desde entonces se ha radicado en Suecia– en darle publicidad al caso principalmente en los medios sociales. “Nuestra estrategia era destacar a los periodistas como seres humanos: familiares, amigos, etc., no como políticos”, explicó. “Queríamos mostrar su lado humano, y utilizamos los medios sociales para contar sus historias y que así otros jóvenes del país pudieran identificarse con ellos”. El objetivo final de su campaña de medios sociales, según Soleyana, era informar y comprometer a la comunidad internacional y la sociedad etíope en sus llamados a favor de la liberación de los blogueros.

Aunque Soleyana sostiene que compartió con Endalk y Jomanex la responsabilidad de la campaña, al igual que el blog que había conllevado a los encarcelamientos, Endalk expresó que el carisma de Soleyana contribuyó a presentar un argumento público sólido pero atractivo para la liberación de sus colegas. “Ella está encantada de interactuar con las personas en la Internet o fuera de ella”, señaló Endalk. Como parte de su estrategia, Soleyana también resaltó el caso de Zona 9 en los encuentros con organizaciones internacionales y altos funcionarios de gobierno, entre ellos el presidente Obama y el secretario de Estado estadounidense John Kerry.

En opinión de Endalk, Soleyana fue la fuerza que dio aliento al grupo para seguir adelante. “El género es muy importante y creo que está directamente relacionado con su papel en el blog y la campaña”, indicó. “Antes de que siquiera comenzáramos, antes de las detenciones, Soli era muy buena con la organización y ejerció un papel de liderazgo muy importante en la creación del grupo. Ella es tan exigente y sus estándares son tan elevados, ella siempre nos está pidiendo que produzcamos cosas. Incluso cuando le recordamos que se trata de trabajo voluntario, ella sigue insistiendo. Y este papel continuó luego de las detenciones”.

Pese al creciente apoyo estratégico externo, el cual Gongadze, Eknelygoda y Soleyana reconocieron como necesario para su éxito, sus campañas no hubieran podido sobrevivir a largo plazo sin lo que se puede describir más exactamente como una especie de devoción religiosa por parte de ellas. Cuando le pregunté a Gongadze cómo ella se refería a la labor que había estado realizando, ella respondió: “Lograr justicia para Georgy era sencillamente mi vida. No tenía ningún nombre para describirla”.

Las cuatro mujeres expresaron que las impulsaba la dedicación, la pasión y firmes sentimientos personales, conceptos que son difíciles de definir, como me dijo Gongadze. De igual manera, el papel del género es difícil de cuantificar. Foley observó que las mujeres pueden ser muy apasionadas, “pero también pueden serlo los hombres”. Eknelygoda insistió en que: “las mujeres sienten las relaciones de manera diferente a los hombres. Hay una clara diferencia en la manera en que los hombres y las mujeres incluso piensan sobre estas situaciones. Los hombres tienden a desistir luego de un tiempo, pero las mujeres continúan luchando”.

La lucha en sí misma, independientemente de lo que la impulsó, les ha cobrado un saldo a todas ellas. Eknelygoda y Soleyana renunciaron a sus empleos casi de inmediato para dedicar todo el tiempo a las campañas. En ambos casos, esta decisión significó tener que depender sustancialmente del apoyo financiero externo. Soleyana manifestó que había tenido que solicitar subvenciones de urgencia a organizaciones internacionales, las que ella administró, para pagar los costos de la campaña y las necesidades básicas de los familiares de los encarcelados. Eknelygoda ha recibido apoyo similar, pero financiar su campaña de varios años mientras le proporcionaba un sustento a su familia, señaló, haciendo eco de Gongadze, ha hecho que el difícil camino hacia la justicia sea inclusive más duro.

Según Eknelygoda, algunas de sus mayores dificultades han sido de índole económica. En una entrevista de 2012, Eknelygoda expresó, con clara angustia, que temerosos amigos y familiares los habían abandonado a ella y a sus dos hijos luego de la desaparición de su esposo. Al haber renunciado a su trabajo administrativo a tiempo parcial y al haber perdido los ingresos de su esposo, ella se vio obligada a recurrir a donaciones de individuos interesados y a apoyo de urgencia de organizaciones internacionales, como por ejemplo varias subvenciones del Programa de Asistencia a Periodistas del CPJ. En 2015, dado que el proceso judicial seguía exigiendo la mayoría de su tiempo, Eknelygoda señaló que ella estaba pagando las cuentas gracias a los ingresos de un pequeño negocio de catering que suministra lo que ella llama paquetes de arroz en pequeños eventos, lo cual le permite seguir dedicando la mayoría de su tiempo al activismo.

Ha habido otros obstáculos en el camino, de acuerdo con Eknelygoda. Quizá el más duro, que la ha sacudido hasta el punto de cuestionar su dedicación, lo han aportado las autoridades locales, que hasta hace poco la habían ignorado y despreciado sistemáticamente mientras contrarrestaban la campaña de Eknelygoda con declaraciones infundadas. En 2012, el entonces fiscal general Mohan Peiri declaró a funcionarios de Naciones Unidas que Prageeth Eknelygoda se escondía en un país extranjero y que la campaña para investigar su desaparición era un engaño. Seis años más tarde, Eknelygoda sigue sintiendo en carne viva el dolor relacionado con el aislamiento económico, político y social.

Historias como la de Eknelygoda –de humillación a manos de las autoridades locales–no son poco comunes. En los 10 años que llevo informando sobre violaciones de la libertad de prensa, en reiteradas ocasiones he escuchado historias similares de desprecio hacia los familiares, muchos de ellos mujeres, que buscan apoyo o información sobre un ser querido. En este grupo se encuentra Gongadze, quien al recordar el día que denunció la desaparición de su esposo, dijo que los agentes de la policía local “se reían de mí y me decían que me fuera”. Los agentes, con una sonrisa de complicidad, señaló ella, le dijeron que su esposo probablemente la había dejado por otra mujer.

La decisión de Diane y John Foley de no divulgar públicamente la desaparición de su hijo hasta enero de 2013 se sustentó en parte, ha expresado con frecuencia Foley, en la exhortación del gobierno de Obama a que se mantuvieran callados para que pudieran proteger a su hijo. “Confié demasiado tiempo y fallamos. Nos engañaron”, señaló Foley. Según ella, las autoridades no realizaron una investigación adecuada y oportuna sobre el secuestro de su hijo; le dieron a ella y a su esposo poca información o información engañosa sobre la situación de su hijo; y se negaron a negociar con los captores de su hijo mientras les advertían a ella y a su esposo que podían ser sometidos a un proceso judicial si pagaban el rescate. “Aunque no culpo a nadie”, refirió, “dejamos que la política interfiriera con una posible solución”.

Pese a su afirmación, Foley siente que el gobierno le falló a su hijo, al igual que los medios y las organizaciones dedicadas a la protección de los periodistas, entre ellas el CPJ. Ella cree que pese al silencio inicial en los medios, personas activas en el terreno pudieron haber apoyado más enérgicamente su búsqueda. “Jim había desaparecido y muchos periodistas conocían las zonas de guerra y conocían Siria. Ellos podían haber ayudado porque sabían más que el gobierno, pero no nos llamaron. Nunca suministraron información”, indicó ella. Mientras Foley explicaba sus intentos de lograr una rendición de cuentas, era evidente que ella sentía un profundo sentido de aislamiento en su campaña –no muy diferente al sentimiento descrito también por Eknelygoda–.

Al margen de las dificultades personales, estas mujeres tuvieron en común otros obstáculos considerables. En primera instancia, todas han enfrentado amenazas directas. Desde que Eknelygoda hizo pública la búsqueda del paradero de su esposo, en varias ocasiones ha recibido amenazas telefónicas de parte de sujetos no identificados que la han acusado de ser una traidora. Foley manifestó que en los medios sociales ha sido objeto de acoso por personas que consideran sus abiertas críticas al gobierno estadounidense un ataque contra el estilo de vida estadounidense. Ambas han quedado conmocionadas, pero ninguna de ellas ha tratado con seriedad las amenazas. Por otra parte, las amenazas contra Gongadze y Soleyana las obligaron a marchar al exilio.

“Enseguida comencé a recibir amenazas”, explicó Gongadze. En los meses que siguieron al asesinato de su esposo, Gongadze se dio cuenta de que seguían todos sus movimientos, indicó ella, y agregó que a su esposo también lo habían seguido.

Según Gongadze, colegas con conexiones con el aparato de seguridad ucraniano le habían dicho que sus teléfonos habían sido interceptados y le advirtieron que no hablara nada importante. “Entonces, en ese momento, mandé a mis niñas a vivir con mis padres”, afirmó. “Le pedí a un amigo que las llevara, y nadie sabía donde estaban. Ellos se habían llevado a mi esposo y yo no quería que mis hijas estuvieran en riesgo por mi decisión de hacer una denuncia pública”.

Luego, dijo Gongadze, un político local le entregó una supuesta grabación del presidente Kuchma en la cual éste le decía a su jefe de gabinete que hiciera algo para pararla a ella y al director de Ukrainska Pravda, el medio donde trabajaba su esposo. En la grabación, el hombre del que se dice es Kuchma, instaba al otro funcionario a poner alto a las actividades de Gongadze, que según él se habían convertido en una molestia, expresó Gongadze. Aunque Gongadze sostiene que ella no sabía cómo se hicieron las grabaciones, ella comenzó a temer seriamente por su vida y la de sus hijas. Anteriormente, un miembro de la oposición había divulgado otra serie de grabaciones realizadas secretamente en las se escucha la voz de Kuchma, quien ejerció de presidente de Ucrania de 1994 a 2005, mientras tramaba junto con otros altos funcionarios, entre ellos su jefe de gabinete, diferentes maneras de deshacerse de Georgy Gongadze. Kuchma fue procesado en 2011 por el delito de abuso del cargo en relación con el caso de Gongadze, aunque el exmandatario rechazó haber tenido cualquier participación en el asesinato del periodista. Sin embargo, según versiones periodísticas, Kuchma no desmintió que la voz en las primeras grabaciones era la suya, aunque sostuvo que las grabaciones habían sido falsificadas.

Gongadze y sus hijas abandonaron Ucrania con destino a Estados Unidos, país que les otorgó asilo político en 2001.

Soleyana abandonó África Oriental un mes después de las detenciones de abril de 2014 contra los miembros de Zona 9, y también viajó a Estados Unidos. Hasta entonces, ella había permanecido en Nairobi, Kenia, donde viven cientos de exiliados etíopes, entre ellos decenas de periodistas. Temiendo el largo brazo del gobierno etíope, Soleyana y Jomanex, quien había huido la noche de las detenciones, decidieron salir de África Oriental.

Poco después de que Soleyana había abandonado la región, las autoridades etíopes allanaron el hogar de su madre, en Addis Ababa, un incidente que la periodista describió como una tentativa infructuosa de encontrar pruebas sólidas que vincularan a Zona 9 con organizaciones terroristas. Pese a la ausencia de pruebas, en julio de 2014 un tribunal etíope procesó a Soleyana in absentia por el delito de terrorismo. Ella fue absuelta, también in absentia, un año después. “En ese punto”, indicó la periodista, “se volvió claro que yo no iba a regresar a mi país”.

El exilio autoimpuesto les ha otorgado a Gongadze y a Soleyana la seguridad y el espacio para continuar su labor. Salir de Sri Lanka por breves períodos y hablar públicamente en encuentros internacionales también le ha otorgado reconocimiento a la campaña de Eknelygoda y, de cierto modo, le ha concedido protección. Eknelygoda ahora es una figura internacional galardonada que puede abrir puertas que hace seis años probablemente se le habrían cerrado.

La búsqueda de justicia se ha entrelazado tanto con la vida y la identidad de todas las mujeres que inclusive luego de alcanzarse algún tipo de resolución, ellas continúan definiéndose a sí mismas mediante su misión. En los cuatro casos, un compromiso que comenzó como algo personal se ha transformado en una misión por la justicia y mayores cambios.

Pese al giro en la campaña, y en la manera en que ella es vista, Eknelygoda considera su nuevo objetivo y papel como una extensión de la misión en que ella se enfrascó el día que su esposo no regresó a casa. “Cuando yo estaba luchando individualmente [por Prageeth], lo que primero decidí fue no dejar que desapareciera el caso de una desaparición”, señaló. “Ahora trabajo para representar las voces de los sin voz utilizando mi voz. Esas son las razones por las cuales estoy donde estoy ahora”.

Cuando se le pregunta por el posible destino de su esposo, Eknelygoda afirma que teme que nunca sabrá la verdad, pero que ella encuentra consuelo al saber que su persistente activismo de alguna manera lo mantendrá vivo. “Digan lo que digan, cualquiera que sea la verdad, él está vivo para mí, él está vivo en mi lucha”, señaló.

María Salazar-Ferro es la coordinadora del Programa de Asistencia a Periodistas del CPJ. Durante cuatro años ella se dedicó a la cobertura de la región de las Américas para el CPJ y ha escrito informes sobre periodistas exiliados y desaparecidos y sobre la impunidad en los asesinatos de periodistas. Ha representado al CPJ en misiones en todas partes del mundo.

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