Entre conflicto y estabilidad: periodistas de Pakistán y México enfrentan las amenazas

Por Daniel DeFraia

Periodistas mexicanos sostienen fotos de colegas asesinados durante una protesta el 23 de febrero de 2014 en Ciudad de México contra el secuestro y asesinato del periodista veracruzano Gregorio Jiménez de la Cruz. (Reuters/Henry Romero)

El periodista pakistaní sabía el riesgo que corría, pero de todos modos decidió escribir el artículo sobre los radicales islamistas. Años atrás había sido víctima de un atentado, después de informar sobre otro tema tabú, pero para él la tarea de informar como freelance era emocionante, inclusive después de haber tenido que casarse con su novia en secreto y huir de Pakistán sin ella –y lo sigue siendo, desde que comenzaron las pesadillas–.

El estrés y la ansiedad constantes le impedían dormir bien y cada día se le hacía más difícil. “Ni siquiera puedo estar parado cinco minutos en un lugar”, afirmó. “Mis piernas se cansan”.

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Attacks on the Press book cover

Trató de toarlo con humor: “Si te fijas en una foto mía de 2010 y ves una imagen actual, con cada día que pasa, mi amigo, Dan, cada vez me veo menos apuesto”.

He liked big stories and his passion to report them kept him going, but everyone has a limit. Now, after five months of panic attacks in a refugee camp in Europe, he finds himself between a world of death threats and the promise of safety. If his request for asylum is rejected, he could be sent back to Pakistan.

Disfrutaba los artículos de gran impacto y su pasión por investigarlos le transmitía ánimo, pero toda persona tiene un límite. Ahora, tras cinco meses de ataques de pánico en un campo de refugiados en Europa, se halla entre un mundo de amenazas de muerte y la promesa de seguridad. Si rechazan la solicitud de asilo, lo podrían enviar de regreso a Pakistán.

El periodista, de edad madura, es uno de los muchos periodistas locales (no extranjeros) que entrevisté por teléfono, por correo electrónico o por Skype durante el período de ocho meses en que me desempeñé en el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) como becario del programa Steiger. Algunos de ellos habían sido objeto de agresiones o amenazas de muerte, y con frecuencia tenían poco dinero y necesitaban ayuda. La mayoría son personas fuertes a pesar de haber atravesado horrendas experiencias. Otros parecían estar traumatizados y trastornados por el implacable estrés. Las noches de insomnio no siempre estaban vinculadas a un acontecimiento traumático en específico, sino que para muchos eran el resultado de experiencias acumuladas por un período prolongado.

Es difícil cuantificar el saldo sicológico que ese tipo de estrés le provoca a un periodista y existen pocos estudios sobre cómo los afecta en lo personal, en lo familiar o en la labor periodística. Sin embargo, no hay duda de que los efectos se sienten de en mayor o menor medida e invariablemente afectan la vida del periodista y su capacidad de informar –lo cual trae como consecuencia desafíos personales y se convierte en una cuestión de libertad de prensa–.

Los periodistas entrevistados trabajan en México y Pakistán, dos países donde es común que se atente contra la vida de los periodistas y donde los autores de esos asesinatos siguen impunes. Aunque el número de periodistas muertos cada año no es tan elevado como en zonas de guerra tales como Siria e Iraq, estas regiones, que casi pertenecen a la categoría de zonas de conflicto, son mucho más peligrosas que otras más estables. México y Pakistán reiteradamente ocupan los primeros puestos en el Índice de la Impunidad anual del CPJ, que calcula el número de casos de asesinato de periodistas sin resolver y lo expresa como porcentaje de la población de cada país.

Las fuerzas gubernamentales y los grupos de radicales islamistas en Pakistán, y los carteles del narcotráfico y los funcionarios corruptos en México, han intimidado a la prensa libre y se han convertido en árbitros de lo que la prensa puede decir y, por tanto, de lo que la sociedad puede saber. Es común que los periodistas reciban amenazas para que no informen sobre ciertos asuntos –o que se les ordene que transmitan ciertos puntos de vista–, o de lo contrario ellos o sus familiares sufrirán represalias. Y cada vez que se amenaza, agrede o asesina con impunidad a un periodista, se transmite y se refuerza un mensaje de intimidación.

Las entrevistas que realicé entre octubre de 2013 y mayo de 2014 a periodistas mexicanos y pakistaníes, profesionales de la salud mental, investigadores y organizaciones defensoras de la libertad de prensa, revelaron el consenso de que los periodistas de estos países afrontan una singular gama de amenazas y de posibles respuestas ante ellas. Algunos periodistas entrevistados temían ser objeto de represalias violentas y solicitaron elanonimato.

“Una amenaza conlleva un impacto emocional tan poderoso para un periodista y sus colegas”, expresó Ricardo González, responsable de protección global de la organización defensora de la libertad de expresión Artículo 19. “Tenemos que decir que este tipo de intimidación también afectará al círculo más íntimo de familiares, amigos y colegas”.

Y cuando reciben una amenaza, a menudo los periodistas reciben apoyo inadecuado por parte de indiferentes ejecutivos en los medios donde trabajan y por parte del gobierno, respecto al cual con frecuencia sienten temor y desconfianza. Para empeorar las cosas, recibir atención sicológica básica es difícil. Los periodistas, con la ayuda limitada de unas pocas organizaciones sin fines de lucro y de sus colegas, tratan de hacer frente a las amenazas como mejor pueden.

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Aunque la mayoría de las noticias sobre los ataques contra la prensa en todo el mundo se centra en periodistas extranjeros o con buenas conexiones, nueve de cada 10 periodistas muertos son periodistas locales que cubrían noticias locales. Los periodistas mexicanos y pakistaníes que cumplen con su labor informativa en un contexto de violencia endémica en sus países de origen no pueden tomar el próximo vuelo de regreso a casa para procurar fácilmente descanso o seguridad.

En el norte de México, la violencia relacionada con el narcotráfico es común, al igual que las amenazas a los familiares cercanos. En Chihuahua, en agosto de 2012, sujetos armados secuestraron y torturaron al periodista Luis Cardona. Antes de dejarlo le dieron un mensaje, sostiene el periodista: “La sentencia de ellos fue que yo no podía regresar a mi hogar, pues de lo contrario me matarían a mí o a mi familia”.

“Estoy en esto por una vocación que tengo y conozco los riesgos”, añadió Cardona, quien en la actualidad vive separado de la familia.

Otros periodistas con quienes conversé también aceptaban el riesgo por el profundo amor que sentían por la profesión. Como expresó un periodista de la convulsa provincia pakistaní de Beluchistán: “He aceptado estas amenazas como parte de mi existencia”. Sin embargo, el propio periodista agregó: “Es el riesgo que corren mis colegas y mis familiares lo que en particular me preocupa, en todo momento”.

“Uno de las problemas que aquejan a los periodistas son los dilemas éticos que afrontan”, declaró Elana Newman, investigadora líder del Dart Center, que investiga y apoya la cobertura responsable del trauma. “Y creo que hemos cometido un error al enfocarnos demasiado en el trastorno de estrés postraumático”, añadió. “Pienso que tenemos que enfocarnos simplemente en el estrés y la importante labor que ejercen los periodistas”.

El 13 de noviembre de 2008, un pistolero asesinó a Armando Rodríguez Carreón, reportero de sucesos de El Diario de Juárez, mientras el periodista se encontraba estacionado a la entrada de su vivienda, con su hija de 8 años de edad en el asiento trasero del auto. Los periodistas de Chihuahua y sus familias sintieron profundamente el impacto del ataque, según Jeannine Relly y Celeste González de Bustamante, dos profesoras de Periodismo de la Universidad de Arizona.

Durante la investigación de campo que Relly y de Bustamante efectuaron en 2011, un periodista de Chihuahua les indicó: “No puedo llevar [a mi hija] al cine […] ni dejarla ir a una fiesta en casa de alguien, porque, no, no puedo dejar que lo haga. Por ello nosotros mismos como padres hemos sido de los que encierran a sus hijos, porque tenemos que protegerlos, ¿no? Y esta generación, los pobres, han sufrido suficiente”.

Otro factor que contribuye al estrés provocado por los ataques deliberados contra colegas y por las amenazas directas contra los periodistas y sus familiares, es que los periodistas en zonas que casi entran en la categoría de zonas de conflicto habitualmente deben informar sobre la violencia en general, y corren el riesgo de quedar atrapados en esa violencia.

El 11 de junio de 2011, una bomba explotó en un restaurante de Peshawar y el periodista Safiullah Gul Mehsud fue al lugar a investigar la noticia. Como dejó constancia el CPJ en esa época, “una segunda y más potente explosión, aparentemente un atentado suicida con bomba, estalló después de que la multitud de espectadores había crecido”. Dos periodistas murieron y Mehsud sobrevivió a pesar de las graves heridas sufridas. El reportero prosiguió su labor informativa y en 2012, también en Peshawar, radicales islamistas ejecutaron un ataque con cohetes contra un aeropuerto cercano al hogar del periodista.

“Cuando escuché la primera explosión, me fui de la casa, agarré el auto y me apuré hasta el sitio y llamé a alguien de la oficina”, relató Mehsud. “Luego, de pronto, estallaron otras dos explosiones”. Fue en ese momento que el hermano de Mehsud lo llamó por teléfono y le explicó que hablara con el hijo.

“En ese momento él tenía cuatro o cuatro años y medio”, recordó Mehsud, “y lloraba y no paraba de gritar y sollozar”. El hijo del periodista había recordado que su padre había sufrido heridas en una segunda explosión y pensó que el padre podría resultar herido de nuevo, “y fue entonces que me di cuenta de que inclusive si uno es lo suficientemente fuerte, tus familiares y demás seres queridos pueden sufrir verdaderamente a causa del trauma”, señaló Mehsud.

Tras el ataque contra el aeropuerto, Mehsud buscó información sobre el trauma y encontró datos sobre la beca Ochberg 2013 del Dart Center, gracias a la cual los periodistas pasan un breve curso periodístico sobre violencia y salud mental, y Mehsud tomó el curso en Bangkok. Ahora Mehsud es jefe de corresponsalía de Dunya TV, un canal en idioma urdu que cuenta con coberturas que van desde programas de debate hasta noticias sobre el terrorismo. Mehsud supervisa a unos 50 empleados y se siente responsable de su bienestar.

No todos se sienten de la misma manera. Periodistas e investigadores tanto de Pakistán como de México con frecuencia indicaron que los gerentes desestimaban el sufrimiento emocional de sus empleados. “Debo decir que, salvo algunas excepciones, las empresas de comunicación típicamente adoptan una actitud indiferente cuando afrontan este problema”, declaró Rogelio Flores, un investigador periodístico del trauma perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México.

En su estudio de 2011 sobre los periodistas mexicanos que cubren las guerras entre narcotraficantes, Flores informó que muchos habían mostrado síntomas de ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático. En 2012, el Dr. Anthony Feinstein, un líder en el campo de periodismo y trauma, publicó un estudio que indicaba que los periodistas mexicanos que cubren noticias relacionadas con el narcotráfico mostraban síntomas de sufrimiento sicológico similar a los observados en los corresponsales de guerra.

No obstante, muchas empresas de medios no asumen la responsabilidad por sus empleados, afirmó Flores. “Conozco casos en los que, en lugar de preocuparse por el problema de salud mental de un periodista que surgió por el trabajo, las empresas de medios los despiden”, añadió. Otras fuentes entrevistadas, en México y en Pakistán, ofrecieron observaciones similares.

La periodista y profesora estadounidense Sherry Ricchiardi señaló que había conversado con cientos de periodistas locales, en parte como capacitadora del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ, por sus siglas en inglés), organización sin fines de lucro dedicada a la promoción de la calidad en los medios. En lo referente a la atención sicológica, sostuvo Ricchiardi, “Nadie los está ayudando, salvo ellos mismos”.

“Sí intentamos formar una red, donde conversamos y compartimos nuestras experiencias y sentimientos”, apuntó un periodista pakistaní, “pero, fuera de eso, no hacemos mucho”.

La redacción de Mehsud es una excepción. “Somos como una familia”, expresó el periodista. Los empleados reciben el apoyo de sus colegas, y Mehsud obtuvo capacitación en materia de concientización sobre el trauma y técnicas de autocuidado básicas. “Ahora estoy más pendiente de la situación del personal a mi cargo y de mis colegas”, expresó.

En Pakistán, donde los servicios profesionales de salud siquiátrica son limitados, la capacitación de Mehsud se limita mayormente al apoyo de colega a colega. En una sesión de capacitación en el distrito del Bajo Dir, Mehsud se encontró con dos periodistas de entre 40 y 50 años de edad que habían sido secuestrados y torturados por radicales islamistas. “Ya ha pasado más de un año y ellos siguen llamando”, señaló Mehsud. “Ahora somos amigos”.

De manera similar, Javier Garza Ramos, quien era el subdirector del popular diario mexicano El Siglo de Torreón en la época en que su sede fue atacada con fusiles automáticos AK-47 y algunos de sus empleados fueron víctima de secuestro, ideó por su cuenta un modo de solucionar los problemas en su redacción. Tras un acontecimiento traumático, Garza Ramos (también titular de la beca Ochberg) le ofreció a un periodista licencia con sueldo para que se “relajara”. En otra ocasión, retiró temporalmente de la fuente de Sucesos a un reportero y le asignó otra fuente. Y además se ofreció a coordinarles sesiones de terapia a colegas traumatizados, aunque la mayoría simplemente contestó: “OK, gracias, lo tendré en cuenta”, recordó.

Al igual que en la redacción de Mehsud, había una sensación de solidaridad en El Siglo de Torreón. “Cuando sufrimos los ataques, la redacción de veras se unió”, indicó Garza Ramos. “Tratamos de tomar medidas para que todos pudiéramos cuidarnos los unos a los otros”, aunque el periódico no pudiera garantizar la seguridad de nadie.

¿Pero qué sucede cuando la gerencia de una empresa de medios les falla a los empleados? Pakistán cuenta con una dinámica red de clubes de prensa pequeños y grandes pero no mucho más en lo relacionado al apoyo sicológico. La red de apoyo de medios de México parece estar un poco más organizada, aunque cuenta únicamente con apoyo sicológico limitado.

En México, la organización Artículo 19 formó una alianza con Vinland Solutions, una organización privada de apoyo y capacitación sicológicos, y su propietaria, Ana María Zellhuber, para ofrecerles terapias a los periodistas. Aunque el programa ha estado disponible desde hace siete años, sostuvo Ricardo González, la respuesta ha sido irregular porque para algunos periodistas la atención sicológica es un tabú cultural. “En México, el modo verdadero como lo abordamos es tomando alcohol”, aseguró Zellhuber. “Así es como ellos lidian con el problema, evitándolo”.

De todas maneras, la alianza ha brindado asistencia a unos 300 y 350 periodistas por medio de terapias, expresó González. El personal del programa también ayuda a los periodistas con sufrimiento sicológico a evaluar mejor las decisiones sobre su seguridad para que no subestimen ni sobrestimen erróneamente las amenazas y para ayudarlos a reincorporarse al trabajo periodístico. “Es verdaderamente terrible ir a visitar a alguien en su propia ciudad después de una amenaza, y pasa un año, y luego cuando regresas el periodista ha renunciado a su trabajo, se ha divorciado y ha adquirido algún tipo de adicción”, afirmó González.

Después de su secuestro, Luis Cardona recibió tres meses de terapia en persona y casi un año de terapia telefónica con la ayuda de Artículo 19. “Me sentí fortalecido”, indicó el periodista. “Con la ayuda del sicólogo, pude regresar a la lucha desde otro punto de vista, con precaución pero sin miedo, y decidí seguir informando. No puedo imaginar la vida de otra manera”. El 19 de diciembre de 2013, Cardona y otros periodistas mexicanos desplazados por la violencia lanzaron el nuevo sitio web Diario19.com.

Aunque el gobierno mexicano proporciona asistencia, inclusive apoyo sicológico, a las víctimas de la violencia, Zellhuber señaló que ese programa –conocido en sus inicios como PROVÍCTIMA pero sustituido en 2014 por la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas– ha tenido éxito limitado porque los periodistas en general no confían en el gobierno. El “mecanismo” del gobierno que brinda protección a los periodistas mediante casas de seguridad, escoltas y herramientas por el estilo, ha sido blanco de muchas críticas por su incompetencia y su incapacidad de garantizar la seguridad de los periodistas.

So more nonprofits have stepped in to provide support. Another Mexican organization, Periodistas de a Pie, (“Journalists on Foot”), was initially intended to train journalists covering poverty, but it soon became a “crisis center,” according to one of its co-founders, Mexican journalist Marcela Turati.

Por ello otras organizaciones sin fines de lucro se han ofrecido para proporcionar apoyo. Otra organización mexicana, Periodistas de a Pie, tuvo como objetivo inicial capacitar a los periodistas que informan sobre la problemática de la pobreza, pero pronto se convirtió en un “centro de crisis”, según una de sus fundadoras, la periodista mexicana Marcela Turati.

Los convulsos lugares remotos donde los periodistas viven y trabajan carecen de profesionales calificados de la salud mental, y al mismo tiempo a muchos periodistas les cuesta buscar apoyo en centros urbanos como Ciudad de México. “Ellos [los periodistas] tienen un día de descanso, y no pueden ir hasta allá”, expresó Turati, “tienen miedo y no tienen dinero”.

La educación sobre el trauma y el apoyo entre colegas son esenciales, aunque ninguna representa una solución completa, al decir de Turati y otros. “Les pedimos a las personas que compartieran su experiencia y cómo hacen frente a esto y lo que hacen para ser mejores”, apuntó Turati. “Eso fue realmente bueno. Fue doloroso pero quedó esperanza”.

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Javier Garza Ramos recordó que la advertencia del cartel, dirigida a otro medio, era inequívoca: no podían publicarse noticias acerca de los miembros del cartel asesinados. Pero luego un cartel rival asesinó a miembros del cartel que había amenazado al periódico y arrojó los cadáveres con el mensaje “Ahora tienen que publicar éstos”, relató Garza Ramos.

Rivalidades semejantes complican la cobertura periodística en Pakistán. En la región tribal del país, fronteriza con Afganistán, es “tan difícil identificar este problema –quién respalda a quién–“, expresó un periodista que recibió amenazas de los talibanes, al igual que del poderoso organismo estatal Directorio de Inteligencia Inter-Servicios (ISI), “de manera que cuando informas es como caminar por una cuerda floja”.

“Uno trabaja en completo aislamiento, del resto del país y del mundo”, sostuvo otro periodista pakistaní. “Enjaulado en la casa” fueron las palabras empleadas por otro para referirse a la situación.

Múltiples amenazas provenientes de diferentes grupos o rivales pueden dificultar mantener la seguridad a largo plazo. Y no obstante, encontrar un ambiente seguro es crucial para lidiar con un hecho traumático. Vivir constantemente con miedo y estrés crónico pueden perjudicar la capacidad de resistencia de los periodistas y aumentar la gravedad de los síntomas del estrés. “¿Hacia dónde podrían huir?”, preguntó Rogelio Flores. “¿Dónde los periodistas pudieran darse a sí mismos un descanso?”

Los periodistas que sufren sicológicamente pueden escapar a una región diferente de su país o abandonar el país, de manera legal o ilegal. Si les niegan la solicitud de asilo político, pueden convertirse en refugiados no reconocidos o en inmigrantes indocumentados a merced de contrabandistas de personas. Inclusive suponiendo que todo salga bien, siempre queda el interrogante de cómo trabajar y vivir en un país extranjero, un problema que comparten millones de refugiados del mundo entero.

Pero en realidad, la mayoría de los periodistas amenazados de México y Pakistán no pueden abandonar sus hogares u optan por no hacerlo. Ellos continúan informando, pese a la imperante cultura de impunidad. El crimen organizado en México puede atentar sin temor contra la vida de un periodista, a sabiendas de que las autoridades no investigarán el ataque. En Pakistán, las fuerzas armadas, el ISI, las pandillas, los separatistas y los terroristas atacan a los periodistas sin freno alguno.

En abril de 2014, Hamid Mir, el popular presentador de Geo News, sobrevivió a un atentado en el que fue blanco de varios disparos. Nadie ha sido llevado ante la justicia por el ataque, aunque las autoridades emitieron dos órdenes de arresto contra Mir por su trabajo periodístico. En el caso de Mir, las repercusiones por dar a conocer las noticias fueron mayores que por el intento de asesinato.

A veces un ataque contra un periodista tiene el propósito de ser una declaración pública que transmite el mensaje a otros periodistas y a sus familiares de que son vulnerables y que el autor del ataque es quien controla la situación. Como observó un periodista pakistaní, si Mir pudo ser atacado con impunidad, los periodistas locales menos conocidos se sentirán más vulnerables al informar sobre los organismos gubernamentales o los grupos de radicales islamistas.

Ante el peligro y la falta de divulgación, de responsabilidad y de apoyo, le pregunté a un periodista pakistaní que se encuentra a la espera de una decisión sobre su solicitud de asilo: “¿Y por qué no renuncias?”.

“Y ahora me pides que escriba sobre las flores”, respondió.

“¿Por qué no?”

“Escribir y ser periodista no es solamente una profesión. Es mi pasión. Es mi responsabilidad moral”.

Cardona, quien ya no puede vivir junto con la familia, tuvo una postura similar. “He perdido a mi familia”, sostuvo, “pero si puedo enseñarles algo a mis hijos, es a no ser cobardes, ni mediocres, a dedicarse por entero a lo que ellos creen. El periodismo no es un acto; es una manera de vida”.

Daniel DeFraia es un periodista freelance y es estudiante de doctorado en estudios sobre Estados Unidos en la Universidad de Boston. Fue titular de la beca Steiger 2014 del CPJ y se desempeñó en el programa de Asistencia a los Periodistas.

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