Por Lucía Escobar
Viví durante siete años en Panajachel, un pueblo turístico ubicado en la orillas del hermoso Lago de Atitlán en Guatemala. Ahí, fundé junto con Juan Miguel Arrivillaga una familia y creamos un medio de comunicación independiente: la Revista Ati que circuló durante varios años gratuitamente y subsistiendo por medio de canjes con servicios locales (restaurantes, hoteles, supermercados, veterinario, mecánico, galerías de arte), y profundizando en los problemas de la región con cuatro ejes transversales: cultura indígena, libertad de expresión, arte y ecología. También presentábamos un programa en la Radio Atí, un medio local. Además organizamos más de 17 festivales gratuitos de arte y cine; y recopilamos cientos de libros para donar a varias bibliotecas del área. El último año yo también daba clases de literatura para secundaria en un colegio privado del lugar.
Por su geografía accidentada, Panajachel ha sido golpeado por varios huracanes y tormentas tropicales que cada cierto tiempo destruyen carreteras, puentes y casas. La tormenta Agatha en el año 2010 provocó muchos daños en la infraestructura y muchas personas tuvieron que dejar sus casas temporalmente.
Esta situación y la inseguridad general del país, provocó que se formaran las patrullas municipales de seguridad con antecedentes directos en las patrullas de autodefensa civil creadas durante los años de guerra interna en Guatemala. Como en aquellos tiempos, los hombres debían salir a patrullar las calles de sus barrios durante las noches. Sin embargo, con los meses, la solución se volvió un problema, ya que los hombres patrullaban de noche, en grupos, con los rostros tapados (con pasamontañas) con palos y bates. No tardaron en comenzar los abusos; hombres vapuleados y detenidos ilegalmente, negocios de venta de licor quemados. Se convirtieron en justicieros actuando en total impunidad y con la venía de la municipalidad del lugar.
Por mi cercanía con la comunidad, al principio no quise tocar el tema en los medios de comunicación pero insté a mis colegas periodistas que investigaran e hicieran reportajes al respecto. Ninguna de estas notas publicadas parecía tener eco en la comunidad o en la justicia guatemalteca. Así que el 19 de octubre del 2011, después de escuchar el testimonio de Lorena Caal (esposa de un carpintero desaparecido y vapuleado supuestamente por los miembros de la comisión municipal de seguridad) escribí una columna de opinión en elPeriódico, basada en mi experiencia en la comunidad y en mi conocimiento de la situación para denunciar a quienes yo consideraba los autores intelectuales de estos delitos, entre ellos al alcalde.
Esta columna provocó que Plaza Pública (revista de la Universidad Rafael Landívar) realizara una profunda investigación que confirmaba mi denuncia y que puso en evidencia que la próxima víctima de este grupo ilegal podía ser yo. Una semana después, el alcalde de Panajachel Gerardo Higueros, acompañado de los altos mandos de la Comisión Municipal de Seguridad y del Jefe de la Policía local, salió en un noticiero (presentado por Higueros) afirmando que yo en realidad no era maestra de literatura sino narcotraficante< y que por esa razón me oponía al trabajo de ellos. Dijeron que yo no escribía columnas, si no calumnias y que merecía acabar en el basurero. Higueros, el alcalde me acusó de drogadicta y marihuanera, en una entrevista para elPeriódico. Todo esto fue acompañado con mensajes a mi celular dónde se me intentaba involucrar con el narcotráfico.
La noche que salió el noticiero yo me encontraba en Ciudad de Guatemala sin mis hijos (quienes estaban en Panajachel). Y nunca más pude regresar a mi casa. Tuvieron que hacerme el favor de empacar y sacar mis pertenencias. Mis hijos, el padre de ellos, mis perritas salieron al día siguiente con lo que tenían puesto. El alcalde Gerardo Higueros fue al colegio donde yo trabajaba y donde estudiaban sus hijos y los míos, a pedir que me despidieran o él sacaría a sus hijos de ahí. El director me apoyó, pero yo tuve que renunciar por temor a que pudiera pasarle algo a mi familia.
Han pasado ya casi seis meses desde el día que me fui de mi casa. Aún tengo la mayoría de mis cosas guardadas en cajas de cartón y mi vida no ha vuelto a ser lo que era antes. Todavía mis hijos preguntan cuándo regresaremos al lago de Atitlán. Para mí, ha sido difícil explicarles que ya no puedo regresar a mi vida de antes, que es peligroso y que nuestra vida corre peligro ahí. Ni siquiera yo misma, logro explicarme por qué soy yo la que tuvo que salir corriendo de mi hogar, si no soy una criminal.
A pesar de ese exilio, algunas cosas buenas han salido, dos semanas después de haber publicado mi columna fueron apresados el presidente y el vicepresidente de dicha junta de seguridad y hace poco fueron condenados a 16 y 19 años de cárcel por varios de los delitos que yo denuncié. El alcalde Higueros, quien no ha sido acusado de ningún crimen, no fue reelegido. El apoyo que recibí de organizaciones internacionales y grupos de periodistas fue impactante. Reconozco que nunca imaginé que tendría tanta solidaridad gremial. Sin la ayuda del CPJ, el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS) y Rory Peck quizá no habría podido empezar una nueva vida.
En esos días yo puse una denuncia en la Fiscalía de Delitos contra la Prensa por amenazas y hoy, seis meses después lograron por primera vez en la historia de la fiscalía, ligar a proceso a los imputados y pronto comenzará el juicio contra ellos.
Mi vida ha cambiado muchísimo desde ese día: tengo que estar visitando constantemente al Ministerio Público para darle seguimiento a mi caso, tengo un nuevo trabajo en una Editorial y la Radio Ati que transmitía desde Atitlán ha cambiado su sede y debido variar su programación, perdiendo las fuentes de ingresos económicos que tenía y teniendo que buscar también un nuevo público que se adapte a los cambios que ha vivido. Continúo con mi columna de opinión en elPeriódico y ocasionalmente hago algún freelancer de periodismo. A mi correo, al blog, y a la página de www.radioati.com siguen llegando algunos anónimos que me intentan desacreditar y violentar sicológicamente. Pero la vida continúa y no pienso dejar de denunciar ni de hacer el trabajo que tanto me gusta, que tiene que ver con la libertad de expresión, el arte y la comunicación. Finalmente sigo viva, tengo a mis hijos, una casa y un trabajo digno que me gusta y me da de comer. Y en Panajachel, la situación ha mejorado muchísimo y ya se puede caminar por las calles de noche sin temor a que te suceda algo. No estoy ahí para disfrutarlo pero si para contarlo.
Lucía Escobar es una periodista freelance guatemalteca quien fue desplazada dentro de su país tras recibir amenazas continuas en 2011. Puede leer más sobre experiencia acá.